Con el fallecimiento del último huésped de una boarding house creada por inmigrantes vascos se cierra un capítulo cuyos orígenes se remontan a mediados del siglo XIX.
La última habitación de los hoteles vascos del Oeste Americano
05 Nov 2022La historia de la inmigración vasca a Estados Unidos ha cerrado este verano uno de sus capítulos más singulares. El pasado mes de agosto falleció el último bordante vasco, Michel Bordagaray, el último inquilino que residía a la antigua usanza en uno de los muchísimos hoteles que desde la segunda mitad del siglo XIX abrieron inmigrantes vascos para dar cobijo y prestar asistencia a los miles de pastores que se desplazaban desde el otro lado del Atlántico. El último eslabón de una institución arraigada en estados como Idaho, Nevada, California o Oregón, y que ahora, adaptada exclusivamente al ámbito gastronómico, aún atrae a clientes bajo el reclamo de ‘Basque family style dining’.
El recorrido de estos establecimientos, ostatus para los inmigrantes vascos y Basque hotels o boarding houses para los locales, se remonta más de 150 años atrás en el tiempo. La institución del hotel vasco, no obstante, pasó por diferentes fases, hasta su transformación final en locales hosteleros especializados en gastronomía vasca o en centros vascos (euskal etxeak), con o sin oferta gastronómica, centrados en la promoción de la cultura vasca al otro lado del Atlántico.
Los hoteles eran regentados por vascos y sus únicos clientes provenían también del País Vasco
El historiador Xabier Irujo es catedrático por la Universidad de Nevada-Reno y director del Centro de Estudios Vascos de esta Universidad, así como un gran conocedor de este fenómeno. “Los hoteles vascos se relacionan con la inmigración que se registra a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se solapan dos fenómenos: la inmigración vinculada a las consecuencias de la Segunda Guerra Carlista y la pérdida de los fueros y, en segundo lugar, la fiebre del oro. Unos pocos vascos se van a dedicar a buscar oro, pero la mayoría se dedicarán a nutrir de provisiones -comida, leche o lana- a esos buscadores de oro. A partir de ese inicio, esa inmigración vasca ligada al pastoreo se va a ir transformando, especialmente durante el siglo XX”, indica.
Los hoteles vascos surgen, por tanto, de las necesidades derivadas de aquella inmigración protagonizada por jóvenes vascos que apenas habían superado la pubertad. “Su razón de ser es que cuando llegan, a finales del XIX, no hay una presencia vasca importante como podía haber en Uruguay o Argentina. Llegan a un territorio totalmente nuevo para ellos y en la mayoría de los casos solo saben hablar euskera, ya que provienen del Baztan navarro, de la zona de Lekeitio y Gernika o de la Baja Navarra. En ese contexto, estos hoteles se convierten en centros de referencia para aquellos jóvenes, que con el paso de las décadas llegan a ser varios miles”, explica Irujo.
Desde los años 60 del siglo XIX comienzan a proliferar algunas de las boarding house más emblemáticas, como hoteles regentados por vascos y cuya clientela se limita a esos migrantes procedentes del País Vasco. Con el paso de los años, los engranajes de este sistema de acogida se perfeccionan y llegan a cubrir la geografía estadounidense de costa a costa.
“Llega un momento en el que los jóvenes llegan con todo contratado, a través de los conocidos como enganchadores. Se trata de una figura muy criticada en la literatura vasca, y son quienes se encargan de venderles que se van a hacer ricos, etc. Lo más habitual va a ser que los jóvenes lleguen a Nueva York en barco procedente de Burdeos. Allí, en Manhattan, tuvo gran importancia la boarding house de Valentín Aguirre. Sus familiares se acercaban al puerto y gritaban: "Badira euskaldunak hemen?" (¿Hay vascos aquí?). Y ese hotel vasco de Nueva York, el Santa Lucía, era la primera parada”, señala Irujo.
A partir de ahí, a los recién llegados les esperaba un viaje en tren de varias semanas hasta llegar al destino en el que otro vasco les había contratado para trabajar como pastores, una labor que en la mayor parte de los casos desconocían: “En caso de que la conocieran era a una escala mucho menor. En Estados Unidos pasaban a ocuparse de rebaños de 700 o más de un millar de ovejas”.
“Se trataba de un trabajo muy sencillo, pero extraordinariamente aburrido y solitario. El desafío más difícil al que tenían que hacer frente era la soledad”, indica Irujo. El historiador Joxe Mallea-Olaetxea ha analizado en su obra ´Speaking Through the Aspens´ (Hablando a través de los álamos) aquella extrema soledad poniendo el foco en la huella que dejaron aquellos pastores en las cortezas de miles de árboles, aún plagadas de dibujos, fechas, iniciales o imágenes de mujeres. “Los pastores permanecían meses totalmente solos, con dos perros, un burro y con hasta 1.500 ovejas”, señala Mallea-Olaetxea en el documental ´Basque Hotel´.
Los hoteles vascos también fueron adaptando sus funciones a las necesidades de aquellos pastores. “Eran lugares en los que ellos podían confiar, de referencia. Además, tenían comida vasca, podían hablar en euskera y, por tanto, hablar, así como divertirse jugando al mus, escuchando música o jugando a pelota vasca. También podían recibir el correo o gestionar créditos. Todas las boarding house que conozco funcionaban como cooperativas, no como propiedades particulares, y se crean socorros-mutuos, una especie de Seguridad Social que puede permitir sufragar los gastos en caso de que alguno tuviera un accidente. Llegaron a funcionar incluso como pequeños hospitales para estos pastores”, indica Irujo.
Con el paso de los años, la condición de aquellos primeros inmigrantes vascos también va cambiando. La mayoría supera la extrema soledad del pastoreo y consigue progresar socialmente. También logran dejar atrás los habituales estigmas que acompañan a la inmigración: les llamaban, peyorativamente, black basque o coyotes.
Algunos regresan al País Vasco, pero la mayoría permanece en Estados Unidos. Algunos incluso logran una notable influencia económica y política en los estados del oeste americano. Paul Laxalt, gobernador de Nevada y senador estadounidense; Pete Cenarrusa, ex secretario de Estado de Idaho; o Dave Bieter, alcalde durante 16 años de Boise, capital del Estado de Idaho, son hijos o nietos de aquella inmigración.
El objetivo original de las boarding house vascas también fue cambiando, tal y como refleja la tesis doctoral de la historiadora vascoamericana Jeri Echeverria. Desde mediados del siglo XX fueron abandonando paulatinamente su función como hospedaje y se transformaron en restaurantes especializados en comida vasca o, directamente, en centros vascos, como los que habían comenzado a proliferar un siglo antes en Argentina o Uruguay. En muchos casos, pasaron de ofrecer clases de inglés para inmigrantes vascos recién llegados a ofertar lecciones de euskera para vascoamericanos de segunda generación.
En el plano gastronómico la influencia sería notable, hasta el punto de que la comida vascoamericana se ha convertido en “la comida regional más auténtica” de una parte del oeste americano, en opinión de H. D. Miller, profesor de Historia en la Universidad de Lipscomb, en Nashville, y crítico gastronómico: “Lo que se puede decir de los restaurantes vascos que han sobrevivido, muchos de ellos con más de un siglo en el negocio, es que ofrecen la cocina regional más auténtica que se encuentra en el oeste de los Estados Unidos, en parte vasca y en parte chuckwagon, todo occidental”.
La pandemia se llevó por delante algunas boarding house emblemáticas como el Noriega Baskersfields o el Santa Fe, en Reno, que ya funcionaban como restaurantes. El Centro Basco de Chino (California) era desde hace años el único que mantenía a un bordante en sus habitaciones.
En febrero fallecía la propietaria del establecimiento, Monique Berterretche, y este pasado verano se despedía Michel Bordagaray, que había inmigrado en los años 60 desde la localidad bajonavarra de Anhauce y se dedicó durante algunos años al pastoreo. “Cuando llegué por primera vez al Centro Basco, me sentía como en el País Vasco. Ahora, cada vez hay menos gente", señalaba pocos meses antes de morir en un medio de comunicación californiano.
Su fallecimiento ha significado el final de un modo de vida que, aunque en claro declive desde hace décadas, se ha alargado siglo y medio. Ahora, quedan los rescoldos. El oeste norteamerciano mantiene una de las mayores concentraciones de centros vascos, especialmente en los estados de Idaho y Nevada. Y antiguos hoteles vasco como el Hotel Star de Elko o el JT de Gardnerville siguen reclamando la atención de los visitantes aludiendo a su basque food.