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Basa Ahaideak, canciones salvajes

Escrito por Mathieu Vivier 11 Feb 2025
Bilaka. Fotografía: Sarah Witt
Bilaka. Fotografía: Sarah Witt

"Quizás todo comenzara con un hueso de buitre, con tres agujeros, hace unos 20.000 años antes de nuestra era. Esa flauta prehistórica, descubierta en 1961 por el arqueólogo Eugène Passemard, en las grutas de Isturitz (provincia de Baja Navarra), es el instrumento de música más antiguo encontrado en Europa. Su forma y la disposición de sus orificios nos permitirían convertirlo en el antepasado del actual txistu (flauta de tres orificios) y de su variante suletina, la xirula.

Otro descubrimiento muestra también la existencia de una cultura musical vasca muy antigua: en 1960, el etnólogo José Miguel de Barandiaran saca a la luz, durante unas excavaciones en la gruta de Atxeta, a pocos kilómetros de Gernika (provincia de Bizkaia), un cuerno de ciervo con tres puntas. Se trata de un cuerno capaz de producir hasta cuatro sonidos diferentes. Dicho instrumento, actualmente expuesto en el Museo Arqueológico de Bilbao, podría remontar a hace unos 8.000 años. Seguramente la práctica de la música se vio acompañada de una tradición vocal autóctona. Pero a falta de documentos o de pruebas tangibles, las certidumbres deben dejar sitio a las hipótesis y a las interrogaciones", Kattalin Totorika

Llena de misterios, la historia que une a la población vasca con la música y el canto se remonta a tiempos inmemoriales. Como su lengua, el euskera, una de las más antiguas de Europa y anterior a las lenguas indoeuropeas, la música, las sonoridades y las melodías vascas nos han llegado solamente a través de la tradición oral. Gracias al milagro de la voz y la memoria humana, la lengua, el canto y la música vascas se han transmitido y transformado de generación en generación, y aún hoy en día se siguen compartiendo.

Cuando evocamos la música vasca, lo que inmediatamente nos viene a la cabeza es el canto. Desde canciones populares compartidas en contextos festivos hasta el sofisticado canto coral, sin olvidar la bertsolaritza –la improvisación cantada, versificada y rimada–, el canto vasco ha adquirido gran renombre en todo el mundo.

No obstante, en el País Vasco existe una práctica ancestral todavía desconocida. Una práctica singular que solo practican algunos iniciados. El basa ahaide, que podríamos traducir de manera rápida como «melodías salvajes».

El canto ofrece una bella síntesis de los valores fundamentales de una comunidad. Intentar entender el basa ahaide es tratar de comprender mejor al pueblo vasco y lo que tiene de eterno. Desde sus orígenes desconocidos, este arte ancestral ha inspirado a una joven generación de artistas que, a través de su trabajo en el ámbito de la creación contemporánea, lo transmiten y transforman de generación en generación, para que pueda ser compartido aún hoy en día.

El basa ahaide

Entre todo el legado ancestral del País Vasco, el basa ahaide es un tesoro. Se sabe que la práctica del canto a capella sin letra la practicaban los pastores que vivían en las cumbres de Sola (Zuberoa en euskera), la más pequeña y montañosa de las provincias vascas. La región, repleta de simas y dólmenes, está habitada desde la prehistoria. Es el santuario de una cultura y una lengua que tiene sus raíces hundidas en la tierra. Fue en ese preciso lugar donde los pastores cantores inventaron y transmitieron el basa ahaide.

En Basabürüa, un pequeño valle de un macizo de piedra caliza llamado Les Arbailles, frente al esplendor y la grandeza de la naturaleza, solo en las cumbres, el pastor desata un canto tan fascinante como confidencial; sin duda para terminar con la soledad, sin duda para entablar comunicación con el mundo salvaje. Con su voz, traduce el vuelo del azor (belatxa) o del águila (arranoa) para expresar su fascinación y humildad ante la inmensidad de la naturaleza. El pastor nunca canta solo, porque la montaña, con su poderoso eco, hace oír su voz.

"Sola, Zuberoa en euskera, es la provincia más montañosa de la parte francesa del País Vasco. Tiene cumbres de hasta 2.500 metros de altura. En el lapiaz de piedra caliza se abren algunas de las simas más profundas del mundo, y profundas gargantas cortan la montaña... Una montaña cubierta de prados de veraneo y magníficos bosques: especialmente hayas, y en las cimas, los pinos negros. Los osos y los lobos aún deambulan por estas altitudes, y en el aire, cuando no las atraviesan las migraciones de aves, desde las más pequeñas a las más grandes, como los inolvidables vuelos de las grullas, reinan los grandes rapaces: los buitres leonados, las águilas, los quebrantahuesos... pero también las grajillas. Esas aves reciben los extraordinarios cantos sin palabras, los «basa ahaide», verdaderas caligrafías sonoras de sus vuelos, bailados en otro tiempo por los propios cantores. Esas tierras altas son el dominio de los pastores que veranean siempre con sus grandes rebaños de mayo a octubre, según la estación", Beñat Achiaryi 

El basa ahaide es más que un simple canto. Es una relación íntima entre el humano y su entorno vivo, con el que se convierte en uno solo. Es la expresión de una relación profunda y vital que une la población vasca y la tierra, la expresión de intercambios complejos entre humanos y no humanos. Si «basa» significa «salvaje» en el sentido de no civilizado, es el bosque, la montaña, el pájaro, la naturaleza tal y como existía antes de la aparición del primer ser humano. Es el umbral en el que se penetra a través del canto, abandonando una parte de su estatus humano. Estos cantos salvajes son el único vehículo que permite al ser humano seguir al pájaro y tomar el sinuoso camino trazado por su vuelo, para comprender su sitio en el lugar que habita. Al ejecutarlo, el ser humano parece abandonar su propio cuerpo. Su voz ya no le pertenece. Es la del paisaje. Traza círculos y coge altura para elevarse por encima de las cumbres, girando con los pájaros, volviendo a trazar su vuelo a través de sus ondulaciones. El cantor, por su voz, parece haberse transformado en pájaro.

"Si hay un tesoro en el País Vasco y en todos los Pirineos, sin duda es el arte del canto suletino. (...) En esta región donde la danza puede alzarse con un impulso y un virtuosismo excepcionales, es el canto lo que es consustancial y vital. Un canto no sosegado, con magníficas melodías hasta alta poesía, que requiere audacia, ternura, dominio de la respiración e invasión poética total; pero, sin embargo, una lucidez interior muy sutil, un canto forjado en el tuteo de los límites, un canto siempre por renacer, siempre por revivir en el instante presente vertical que deroga todos los demás tiempos", Beñat Achiaryi

Un tesoro para la creación contemporánea

El basa ahaide es también un tesoro para las jóvenes generaciones de artistas vascos interesados en la creación contemporánea. El canto se presenta como un poderoso instrumento para despertar nuestra conciencia del mundo y de los valores comunes. Puede que ya no tengamos acceso a esa herramienta, o que nos hayamos olvidado de cómo utilizarla para alguna otra cosa más que para la representación.

Hoy por hoy, esos jóvenes artistas se están reapropiando de ese inmenso repertorio tradicional, inspirándose en otras culturas y otras lenguas. Cada uno a su manera contribuye a que la cultura vasca se inscriba en el presente y en el mundo.

Julen Achiary

Julen Achiary es sin ninguna duda el líder de esa nueva generación. Hace de basa ahaide una investigación a largo plazo y desarrolla un trabajo de creación que parece no tener límites. Para llevar ese canto de solista más allá de su ámbito inicial, se ha rodeado de músicos virtuosos. Fundó Haratago junto con Jordi Cassagne al contrabajo y la viola da gamba, Nicolas Nageotte al clarinete y al duduk y Bastien Fontanille a la zanfoña y al banjo. El cuarteto presta un horizonte orquestado a ese canto tradicionalmente a capella y no duda en aunar el basa ahaide con sonidos procedentes de otros lugares. Haratago inventa una lengua que es a la vez singular y plural, de ayer y de hoy. Julen Achiary convive con esos cantos desde su infancia. Su voz, hecha de inflexiones y de un profundo sentido de la improvisación, es una de las escasas capaces de revelar toda la potencia del basa ahaide.

"Quería compartir los tesoros de melodías modales que están tan bien escondidas en nuestros valles. Que puedan desplegar sus alas, llevadas por un aire nuevo. He empleado años en encontrar e inventar, tras muchos encuentros, muchos viajes y muchos experimentos, la forma que más me convenía para hacerlo. El resultado de esos años de investigación es Haratago, el grupo con el que seguimos investigando, experimentando, inventando y creando. Porque se trata de crear, porque la tradición viva está en continuo movimiento. Igualmente necesita invención para vivir, y nosotros nos encargamos eso con modestia a la vez que con alegría, anclados en nuestra cultura ancestral a la vez que en nuestra contemporaneidad", Julen Achiary

Oihan y Elsa Oliarj-Ines

Oihan, el hermano, es músico y compositor. Elsa, la hermana, es realizadora. La familia Oliarj-Ines pasó toda su infancia en Sola. En 2017, comienzan a replantearse el basa ahaide. De sus andanzas nacen dos objetos: un disco, Oihaneko Zühainetan, y una película, Basahaideak – Les Airs Sauvages. Oihan es el que está en el origen de esa creación. Siguiendo el ejemplo de Julen Achiary con Haratago, Oihan Oliarj-Ines desea proponer nuevas armonías a esas viejas canciones. Pero aquí no se crean canciones, ni se utilizan instrumentos tradicionales. Guitarra eléctrica, bajo, teclado, batería, metales... Oihan compone para y a partir de los basa ahaide que se encuentra por el camino. Al volante de su coche, parte al encuentro de quienes guardan los secretos de esos cantos. Los escucha. Los registra a capella frente a las montañas. Elsa, cámara en mano, le sigue en todo su recorrido. Graba los encuentros en el exterior. Pero también las preguntas interiores. Oihan busca. A veces se choca. Compone. A partir de su atenta observación, imagina una nueva música que no se posará por encima, sino por debajo del canto... hábilmente, sin querer modificarla jamás. Pero, de igual manera, es una nueva música la que se da para escuchar y ver.

Bilaka Kolektiboa + Eneko Gil

Con este joven colectivo de bailarines y músicos de Bayona, la exploración del basa ahaide se realiza esta vez a través de la danza. Sí, en esta creación coreográfica y musical, encontramos el canto de Julen Achiary ambientado en una hipnótica orquestación de la compositora navarra Paula Olaz, pero más allá de la música, es la coreografía de Eneko Gil la que hace basa ahaide. El estilo de la danza y el movimiento se basa en la observación de los pájaros. Los cinco bailarines de Bilaka inician una marcha obstinada que les conducirá a una forma de trance. A fuerza de repeticiones, se enfrentan a los límites de su propio cuerpo, quizá para borrar sus contornos y convertirse en uno con lo que les rodea. Martillean el suelo con sus pasos, dan vueltas una y otra vez, y finalmente se elevan a una conexión con la naturaleza que recuerda a la del pastor cantor. A través del canto, pero antes que nada a través de la danza, los artistas se funden con la belleza del mundo. En ese sentido, ´Basaide´ de Bilaka es una experiencia total.

Cada uno a su manera, estos jóvenes artistas activan y mantienen viva la tradición milenaria del canto basa ahaide. Permiten que siga existiendo y manifiestan al mundo la belleza del pueblo vasco, que ve en sus cantos un medio de recrear la continuidad entre el individuo y su entorno, una manera de retirarse para dejar que el cuerpo se funda con el mundo.

Mathieu Vivier (1986) vive en Bayona. Crea espectáculos en los que danza y música conviven en el escenario. Junto con otros bailarines y músicos, fundó el colectivo Bilaka, primera compañía profesional de Iparralde. También desarrolla su propio proyecto bajo el nombre de Kobakoak. Su trabajo coreográfico es una activación contemporánea de la cultura tradicional del País Vasco. Tiene un máster en sociología y otro en política cultural, y es Secretario General de la Scène nationale du Sud-Aquitaine.

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