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Alain Urrutia, desafío al paso del tiempo

Escrito por Oier Aranzabal 02 Feb 2023

En una pared del museo Guggenheim de Bilbao cuelgan 40 pequeños cuadros. Frontalmente nos encontramos con un paisaje o un gorrión, una mirada, una pluma, y un espejo que refleja al propio visitante en marcos redondos y ovalados del siglo XIX y XX revestidos en oro. El autor de este mosaico que desafía el propio paso del tiempo es Alain Urrutia.

El camino más corto para conocer y entender al artista es el que te guía a su estudio. Y en el caso de Urrutia tenemos que dirigirnos al barrio berlinés de Prenzlauer Berg. Su casa se encuentra en una animada calle por donde pasa el tren S-Bahn. Y es allí, en el sótano, donde pasa las mañanas, las tardes y, de vez en cuando, las noches. Allí, en su estudio, mojando las ideas en óleo y convirtiéndolas en pintura.

Nació en Bilbao en 1981, estudió Bellas Artes en la Universidad del País Vasco, y pasó el año 2001 en la Academia de Brera (Italia). Allí dio el paso a la especialización en pintura, pero por un error burocrático o mal entendido semántico. Quería estudiar diseño, pero en italiano la acepción de la palabra es muy distinta —en esa lengua el término ‘Disegno’ significa dibujo—. Así, afortunadamente para nosotros, desde entonces este artista ha tenido una prolífica trayectoria: ha participado en las ferias de arte más importantes del mundo y sus obras han sido expuestas en prestigiosos museos y galerías de arte, llevando el arte contemporáneo vasco a nivel internacional.

"No existe una manera rápida de hacer las cosas. Ya llegaremos a donde haya que llegar, o quizá no”

Abrimos la puerta de hierro abollada y alargamos el paso hacia el estudio. Por pequeño que sea el sótano, hay espacio para el mundo interior de un gran artista. A la izquierda se encuentra la bodega que sirve de almacén al propietario, que a su vez es coleccionista y tiene varias obras de arte envueltas en cartones y apiladas contra las paredes, a la espera de encontrar quien las cuelgue. A un lado, dos bicicletas de montaña oxidadas. Giramos a la derecha y entramos en una sala de paredes blancas de unos 15 metros cuadrados. Detrás, una ventana que deja atravesar la tenue luz de Berlín. Sentimos un penetrante olor a pintura a medida que avanzamos. En el suelo, un puñado de marcos. Un reloj parado el 29 de octubre cuelga en una de las paredes, y tres o cuatro cuadros en la otra, que probablemente se incluyan en la próxima exposición. “Ando con obras para una exposición en Milán”, explica Urrutia.

Alain Urrutia
Alain Urrutia en su estudio. Foto: Oier Aranzabal

Alain Urrutia trabaja con tonos que oscilan entre el blanco y el negro. Busca en su paleta los matices de la escala de grises de Ansel Adams. Así, una de las características de su firma es esta obsesión por el blanco y el negro. Algo que hasta su vestimenta delata. “No sé si existe un camino recto, pero es evidente que no es el que yo he tomado”, explica. “Dicen que el camino recto es el más corto, pero en el arte no hay atajos. No existe una manera rápida de hacer las cosas”. Alain no tiene prisa, ni tampoco un destino concreto: “Ya llegaremos a donde haya que llegar, o quizá no”.

Las obras de Urrutia transmiten cierta sensación de inmortalidad. Aun siendo contemporáneas, contienen trazas de siglos pasados. El cuerpo de San Sebastián plagado de flechas. Un dolmen. Una vela recién apagada y humeante. Pero de ellas también se desprende de alguna manera lo que está por llegar. El paisaje de un planeta extrasolar. Nubes en forma de montaña. Al igual que Rafa Berrio en sus canciones, él pinta objetos que nos sobrevivirán; monedas en una mano, sábanas o un tigre de porcelana cuidando del membrillo y del collar de perlas sobre un libro.

Alain Urrutia
Alain Urrutia. Foto: Oier Aranzabal
Alain Urrutia
Alain Urrutia. Foto: Oier Aranzabal
Alain Urrutia
Alain Urrutia. Foto: Oier Aranzabal
Alain Urrutia
Alain Urrutia. Foto: Oier Aranzabal

El desafío al tiempo lo inunda todo. La memoria y, por tanto, el olvido está presente en todas las obras. Hay quien dice que el arte es la manera de esquivar la muerte, porque dejarás esa expresión que quedará para siempre. “No me importa lo que piensen cuando yo no esté, que quemen los cuadros si quieren”, dice Urrutia. “Más aún, si pido que quemen mis cuadros después de morir, espero que se cumpla mi deseo”.

El artista ha traído una caja de cartón que tenía apartada en un rincón del estudio. Y con el cuidado con el que el relojero manipula los tornillos y engranajes, saca uno de los 40 pequeños cuadros que ha expuesto en el Guggenheim. Redondos, ovalados, variados —todos los años añade uno a la colección—.

Un cuadro por cada año de vida. Una obra que no está en venta. Que permanecerá inacabada hasta la muerte.

Oier Aranzabal es periodista. Es cofundador de la productora de podcast ULU Media y es autor del podcast de entrevistas Barruan Gaude. Ha colaborado en medios de comunicación como Berria, Argia, Noticias de Gipuzkoa o ZuZeu, entre otros.

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