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Los otros carnavales vascos: cencerros para despertar a la naturaleza, osos salvajes y hogueras

Escrito por Ander Goyoaga 09 Feb 2024
Carnaval de Lantz. Foto: Villa de Lantz

La revitalización de los carnavales rurales permite disfrutar en Euskadi y Navarra de antiguos ritos invernales, ligados a la naturaleza, cuya popularidad ha aumentado.

Cuando el antropólogo e historiador Julio Caro Baroja visitó en febrero de 1964 el carnaval de Lanz, acompañado de su hermano Pío y un operador del No-Do -un noticiero propagandístico del régimen franquista que se proyectaba en los cines españoles-, esta celebración formaba ya parte del pasado. Dejó de festejarse tras la Guerra Civil española (1936-1939) y, previa autorización, se recuperó expresamente para su filmación. Los mayores “creían que los jóvenes serían incapaces de llevar adelante todo el ritual carnavalesco”, y el único hombre que sabía tocar con el txistu “las tocatas tradicionales” estaba de luto. Casi 60 años después, la posibilidad de morir de éxito es el principal riesgo al que se enfrenta este conocido carnaval rural.

Ocurre algo similar en los carnavales rurales de Ituren y Zubieta -atestados de visitantes-, con la salvaje llegada de los momotxorros de Alsasua o, en menor medida, con la quema de Marquitos en Zalduondo. Se trata de ritos y mascaradas invernales, con equivalentes más o menos cercanos en buena parte de Europa, que en el entorno cultural vasco han vivido una intensa revitalización en las últimas décadas. Una dinámica que, pese a sus riesgos, ha permitido popularizar festejos de gran valor cultural y que en algunos casos alcanzan una vistosidad extraordinaria.

Personajes como Miel Otxin y Ziripot, vinculados al carnaval de Lanz, los joaldunak de Ituren y Zubieta, los zamaltzain de Zuberoa o el hartza (oso) que agita los festejos en Arizkun o Markina-Xemein, se han convertido en elementos conocidos y queridos de la cultura popular en la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra y el País Vasco francés (*traducir como se haya definido arriba) Basque Country. Un pequeño milagro si se tiene en cuenta que muchos de estos festejos llegaron a desaparecer durante el franquismo.

"Se trata de rituales de tránsito que simbolizan un despertar de la naturaleza"

“Quizá lo más peculiar en el caso de estas mascaradas invernales vascas, comunes a las que se celebran en toda Europa, es que su revitalización comenzó antes que en otros sitios y que se han reivindicado de manera más decidida. El esfuerzo que se está haciendo ahora en otras regiones se realizó ya desde los años 70, y eso ha permitido incluso recuperar carnavales rurales que se habían perdido y hacerlo de manera fiel”, indica Aitor Ventureira, escritor e investigador en el ámbito de la etnografía.

Carnaval de Zubieta, joaldunak y hartza. Foto: Wiki Commons

Un hilo temporal antiguo

Como punto de partida, a la hora de hablar de estas mascaradas invernales de carácter rural, conviene diferenciarlas de los carnavales de tipo urbano que se celebran en todo el mundo, si acaso parientes lejanos mucho más vinculados con la religión, las saturnales romanas y los desfases previos a la Cuaresma.

Ventureira, como otros expertos, lleva el hilo temporal de esos carnavales rurales que se celebran en toda Europa hasta el neolítico, momento en el que existía una conexión mucho más estrecha con la naturaleza. Su función, de hecho, tiene que ver con esa vinculación con el medio natural.

“Tenemos que pensar en comunidades totalmente ligadas a la naturaleza y que ritualizan los momentos de cambio. El invierno era una época oscura, en la que la naturaleza está dormida. En esta época del año, en cambio, el sol empieza a ganar terreno. Se trata de rituales de tránsito que simbolizan un despertar de la naturaleza”, explica Ventureira.

Otros expertos como el prestigioso antropólogo José Antonio Urbeltz coinciden en sus investigaciones a la hora de subrayar ese origen neolítico y la estrechísima vinculación de estos ritos con la naturaleza, aunque los relacionan con el “miedo a las plagas y a los insectos” que destruirían las cosechas, una cuestión de vida o muerte para los campesinos. Urbeltz considera que ese temor, ese elemento de conjura contra las plagas, sería común a toda Europa y “muy antiguo”.

Txatxus, Lantz. Foto: Wiki Commons
Txatxus, Lantz. Foto: Villa de Lantz
Herreros Lantz
Herreros. Foto: Villa de Lantz
Quema de Markitos en Zalduondo
Quema de Markitos en Zalduondo. Foto: Wiki Commons
Momotxorro Altsasu
Momotxorro. Foto: Theklan (CC)
Ziripot
Ziripot. Foto: Villa de Lantz
Txatxus
Txatxus. Foto: Maite Iriziar (CC)
Ziripot
Ziripot. Foto: Eneko Bidegain (CC- BY)

De Portugal a los Balcanes

El contexto amplio y europeo de estas mascaradas invernales admite menos discusión, ya que las huellas son aún evidentes. “El hartza, el oso que vemos en Markina, Arizkun, Alsasua o Ituren, lo vemos en celebraciones de toda Europa. Nuestros carnavales comparten muchos aspectos con otros que se celebran desde Portugal hasta los Balcanes. Por poner otro ejemplo, los joaldunak de Ituren y Zubieta, que se han hecho muy populares en la cultura vasca, se parecen mucho a los zamarracos de Cantabria y a otros portadores de cencerros que vemos en Bulgaria”, señala Aitor Ventureira.

La razón es, en su opinión, muy simple: “Desde el neolítico Europa estaba ya interconectada”. Y la clave tiene que ver con esa función de “despertar a la tierra” que la mayor parte de los investigadores aprecian tras estos ritos invernales. “Esa motivación de despertar a la tierra y ahuyentar a los malos espíritus era la misma en el sur de Portugal que en los Balcanes. Los elementos utilizados para los rituales también eran similares: animales, plantas, cencerros…”, añade.

Foto: Villa de Lantz

El riesgo de que se desvirtúen

La revitalización de los carnavales ligados a la cultura vasca ha permitido algo formidable, que ese hilo cuyo origen se pierde en el tiempo llegue hasta nuestros días. Existe, no obstante, un riesgo de desnaturalización. Centenares de móviles buscan un hueco para inmortalizar a los joaldunak de Ituren y Zubieta, a donde llegan ya las visitas guiadas. Al mismo tiempo, se ha normalizado la aparición de personajes ligados a los carnavales en grupos de danzas vascas o espectáculos culturales que no guardan conexión con estos festejos invernales. Incluso el disfraz de Miel Otxin, símbolo de “los vicios y del mal”, en opinión de Caro Baroja, se ha convertido en un disfraz popular entre los escolares.

“He visto imágenes del carnaval de Ituren celebrado entre seis personas, y hoy, en cambio, apenas hay espacio para los joaldunak. Existe un riesgo de que algunos de estos festejos se desnaturalicen y se masifiquen. Al mismo tiempo, existe el peligro de que se desvirtúe su esencia. Está bien que aparezcan personajes ligados a estas mascaradas en otros festejos, a través de los grupos de danzas, pero siempre que se explique bien cuál es su origen. Lo mismo ocurre con la transmisión a los niños. Es importante que se les enseñen estas tradiciones, pero sin que se desvirtúe lo que son”, añade Ventureira.

Carnaval de Lantz. Foto: Maite Irizar (CC)

La parte esencialmente positiva de esta revitalización es, en todo caso, esa posibilidad que ofrecen de disfrutar de unos festejos genuinos, populares y, en algunos casos, espectaculares. “Desde un punto de vista antropológico, las maskaradas de Zuberoa o carnavales como los de Alsasua e Ituren son muy interesantes. También lo son paloteados como los de Abaltzisketa, los carnavales de Zalduondo o los de Lanz, que han atraído a antropólogos de todo el mundo. Y como carnaval visual, para verlos y alucinar, me quedo con los de Alsasua. Son brutales”, indica.

Han pasado casi seis décadas desde que Julio Caro Baroja visitase Lanz para rescatar, en principio de manera puntual, su carnaval rural. Hoy, sin embargo, nada queda de la “atonía” que el eminente antropólogo detectó entre los jóvenes con respecto a este festejo.

Durante tres días, entre el 10 y el 13 de febrero, los vecinos se vuelcan con sus carnavales, declarados Bien de Interés Cultural, y la localidad se llena de visitantes. Como entonces, el alegre Zaldiko se ceba con el gordinflón Ziripot y el bandido Miel Otxin arde en la hoguera. Ahora, en cambio, lo hacen entre vídeos, selfies y stories.

Ander Goyoaga es periodista. Actualmente es corresponsal en el País Vasco del periódico La Vanguardia.

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