Nacieron el mismo año, son figuras imprescindibles de la cultura vasca y tomaron caminos distintos. Bajo la alargada sombra de Jorge Oteiza, reconstruimos libremente el relato de ambos.
100 años de Basterretxea y Chillida: vanguardia y compromiso en la cumbre del arte
10 May 2024La relación entre Néstor Basterretxea (Bermeo, 1924-2014) y Eduardo Chillida (Donostia, 1924-2002) no fue especialmente cercana, aunque sus caminos se cruzaron en más de una ocasión. A lo largo de este reportaje trazaremos las similitudes y diferencias y, sobre todo, dibujaremos los perfiles dos creadores que sublimaron con sus proezas artísticas la segunda mitad del siglo XX.
Para conmemorar el 100 aniversario del nacimiento de Basterretxea y Chillida, a lo largo de todo este 2024 se celebran infinitas actividades (exposiciones, libros, música, cine, conferencias) en el País Vasco como fuera de nuestras fronteras. Distintas instituciones y entidades se han unido para elaborar un extenso programa conjunto que abarca numerosas ciudades. Una estupenda oportunidad para revisitar —o acercar por primera vez— la obra de dos figuras fundamentales que indagaron en las raíces de la cultura vasca e impulsaron un vanguardista movimiento artístico.
Primero, un paseo escultórico
¿Se pueden encontrar en un mismo lugar las obras de los tres gigantes del arte vasco del siglo XX? Sí, en Donostia. En el recorrido urbano y marítimo que parte de las faldas del monte Ulia, atraviesa la playa de la Zurriola, prosigue por el Paseo Nuevo y culmina en un extremo de la Bahía de la Concha, donde Eduardo Chillida incrustó tres esculturas que se han convertido en emblema de la ciudad. El Peine del Viento no era la obra favorita del creador y escultor donostiarra —dicen que ese honor se lo lleva el Elogio del Horizonte de Gijón—, pero define perfectamente las bases de su universo conceptual. Y, por supuesto, plasma su relación sentimental con uno de sus rincones favoritos de la capital guipuzcoana. Chillida dijo al respecto: “Este lugar es el origen de todo. Él es el verdadero autor de la obra. Lo único que hice fue descubrirlo. El viento, el mar, la roca, todos ellos intervienen de manera determinante. Es imposible hacer una obra como esta sin tener en cuenta el entorno”.
A pocos metros del Palacio de Miramar, en plena bahía, emerge del suelo una pequeña figura de granito: es el Homenaje a Fleming, también de Chillida. Justo en el lado opuesto, en la explanada de Sagüés, frente a la playa de la Zurriola, se halla la escultura La Paloma de la Paz de Néstor Basterretxea. El ayuntamiento de San Sebastián pidió al artista de Bermeo una pieza monumental que se colocó, en un principio, junto al solar del edificio del Kursaal en 1988, en el barrio de Gros. Años más tarde se trasladó al barrio de Amara debido a las obras de acondicionamiento del Paseo de la Zurriola y la construcción de un palacio de congresos.
La escultura, de siete metros de altura y cuatro toneladas de peso, terminó su periplo en 2015 y finalmente regresó a Gros. Convertida en un símbolo contra la violencia, esta paloma gigante conecta estéticamente con el logotipo que hizo Basterretxea en 1978 para la campaña en defensa del euskera ´Bai euskarari´ promovida por Euskaltzaindia (la Real Academia de la Lengua Vasca). Si aquella primera imagen era como “un pájaro de fuego, una especie de Ave Fénix renaciendo de sus cenizas”, en esta ocasión la imagen sintetizada de la paloma abría sus alas en pleno vuelo clamando paz y concordia.
Falta la escultura Construcción Vacía de Jorge Oteiza, premiada en la bienal de Sao Paulo en 1957. Dos años después, en el cénit de su carrera artística, Oteiza dijo que abandonaba la escultura. El artista de Orio, 15 años mayor que Chillida y Basterretxea, era una caja de sorpresas.
Encuentros fugaces
En 1966 se formó el Grupo Gaur mediante un manifiesto y una exposición conjunta en la galería Barandiaran de Donostia. Fue una constelación de estrellas del arte vasco más innovador y vanguardista. Amable Arias, Rafael Ruiz Balerdi, Néstor Basterretxea, Eduardo Chillida, Remigio Mendiburu, Jorge Oteiza, José Antonio Sistiaga y José Luis Zumeta fueron los destacados miembros del movimiento cultural. Aquella aventura colectiva, gestada durante la dictadura franquista (1939-1975), duró poco. Las divergencias políticas y artísticas en el seno de Gaur provocaron su final y el cierre de la galería.
Ambos participaron en el proyecto coral de la basílica de Arantzazu (Oñati), que puso patas arriba el arte religioso del siglo pasado. Las aventuras y los avatares de Arantzazu no se pueden entender sin las polémicas esculturas de Oteiza —que prohibió el obispo de San Sebastián y escandalizaron al Vaticano—, pero tampoco sin la aportación del resto de artistas. La realización de la nueva iglesia corrió a cargo de los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga. Eduardo Chillida aportó su granito de arena (las puertas de hierro son suyas) y también sobresalen las pinturas de Néstor Basterretxea (con la evolución de la historia del ser humano y de Cristo resucitado) y Lucio Muñoz. El proyecto del santuario arrancó en 1950 y no se culminó hasta octubre de 1969, cuando Jorge Oteiza pudo finalmente instalar sus apóstoles en la fachada.
Más encuentros. El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge en su exterior una gran escultura de Chillida suspendida de 13,5 toneladas de peso. Lugar de Encuentros IV se realizó entre 1973 y 1974 y forma parte de una serie de obras en escala monumental concebidas para ser expuestas en lugares públicos. Desde el año 2000, además, el escultor vasco da nombre a la plaza y al propio vestíbulo de entrada al recinto. Por su parte, Basterretxea donó en sus últimos años de vida al museo bilbaíno 18 esculturas, 17 de madera de roble y un bronce, correspondientes a la Serie Cosmogónica Vasca que completó entre 1972 y 1973. Según el Museo Bellas Artes, “las piezas están basadas en personajes mitológicos, fuerzas de la naturaleza y objetos tradicionales de la cultura vasca tomados del Diccionario de Mitología Vasca (1972) del arqueólogo y etnólogo José Miguel de Barandiarán”.
Basterretxea: actividad frenética en el Bidasoa
En 1958, Néstor Basterretxea se mudó a una casa-taller que había diseñado junto con Oteiza y el arquitecto Luis Vallet de Montano en la avenida de Iparralde de Irun. Durante las décadas posteriores el edificio fue un polo de atracción de artistas vascos e internacionales. El espacio se convirtió en un agitador cultural de la ciudad y todavía hoy es recordado con nostalgia.
En la comarca del Bidasoa, Basterretxea desarrolló una intensa actividad empresarial y artística multiplicándose en varios frentes. En 1960 pasó de la pintura a la escultura y fue socio y diseñador de la empresa Biok de mobiliario moderno. En 1963 probó suerte en el mundo del cine: se alió con el cineasta Fernando Larruquert y juntos fundaron la productora Frontera Films Irún. Entre toda su filmografía destaca Ama Lur, un documental de 105 minutos que se estrenó por primera vez en 1968 en el Festival de Cine de San Sebastián. La película conserva intacta un aura mítica. Concebida como un gran poema visual del imaginario cultural vasco, tuvo que lidiar con la censura del franquismo. Una de las pegas de los censores es que en la última secuencia el árbol de Gernika, todo un símbolo para los vascos, debía mostrarse florido y no nevado.
Néstor Basterretxea desplegó un universo poliédrico: diseño, arquitectura, cine, artes plásticas, fotografía, compromiso cultural y político… Falleció en su casa de Hondarribia con 90 años.
Chillida: vasco y cosmopolita
Eduardo Chillida se llevó la fama internacional. Como anécdota, fue portero titular del equipo de fútbol de la Real Sociedad hasta que una lesión en la rodilla precipitó el final de su prometedora carrera deportiva. Con 26 años, en 1950, realizó su primera exposición en París. A lo largo de su vida recibió una enorme cantidad de premios significativos, convirtiéndose en uno de los artistas esenciales en el ámbito escultórico del siglo XX. Su obra está repartida en museos e instituciones públicas y privadas de todo el mundo y también se puede apreciar en ciudades como Berlín, Washington, Madrid, Gernika o Palma de Mallorca, entre otros muchos lugares. Chillida ejemplificaba bien la figura del artista vasco y cosmopolita: “Todos los lugares son perfectos para el que está adecuado a ellos y yo aquí, en mi País Vasco, me siento en mi sitio, como un árbol que está adecuado a su territorio, en su terreno, pero con los brazos abiertos a todo el mundo”.
El de Tindaya, la montaña sagrada de la isla de Fuerteventura, en las islas Canarias, fue su obra maldita. Nunca se llevó a cabo. El escultor donostiarra pretendía diseccionar y vaciar parcialmente una montaña, para crear en su interior un gigantesco cubo de 50 metros de alto por 50 de ancho. El gobierno canario dio luz verde al colosal proyecto en los años 90, pero no llegó a arrancar. Los grupos ecologistas lo rechazaron frontalmente. Chillida falleció en 2002, aunque dos años antes se había cumplido la utopía con la que había soñado durante toda su vida: la apertura del Museo Chillida Leku, en los hermosos jardines de su caserío de Hernani, Zabalaga, donde “pudieran descansar” sus “esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque”.